CAMINO A
En su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra sin que encuentre en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes. Finalmente abraza el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y solamente la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Ante tal decepción, se convenció de la imposibilidad de llegar a alcanzar la plena verdad, y por ello se hizo escéptico.
En 383, decide partir para Roma, su madre le acompaña en este viaje. En Roma enferma de gravedad y gracias a su amigo y protector Símaco, prefecto de Roma fue nombrado "magister rhetoricae" en Mediolanum (actual Milán). Mónica enfermó en Ostia y pronto murió. Luego marchó a Roma para hablar públicamente contra el maniqueísmo y un año transcurrió antes de que se embarcase para África. Fue durante ese período cuando Agustín escribió sus dos libros inacabados de los Soliloquios. En Tagaste se estableció con algunos amigos en su vieja casa y allí se quedó durante cerca de tres años. Pronto su vida volvió a ensombrecerse por la muerte de Adeodatus, brillante muchacho de 17 años.
Durante nueve años dirigió escuelas de retórica y de gramática en Tagaste y en Cartago. Una vez en Roma abrió una escuela de retórica, pero dicha escuela no tuvo éxito financiero. Sucedió entonces que Symmachus, prefecto de Roma, recibió órdenes de la capital imperial de Milán para que enviase allá un maestro de retórica. Agustín se presentó como aspirante al cargo y, dando pruebas de su competencia, pudo obtenerlo. Mónica viajó hasta Milán, pues todavía no había abandonado las esperanzas de ver a su hijo convertido en cristiano. Además deseaba casarlo debidamente con una muchacha de su edad. Logró persuadirlo para que enviase a la madre de Adeodatus al África, en donde, según se cree, entró en un convento.
Fue en Milán donde se produjo la última etapa antes de su conversión: empezó a asistir como catecúmeno a las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, quedando admirado de sus predicaciones y su corazón. Entonces decidió romper definitivamente con el maniqueísmo. Esta noticia llenó de gozo a su madre que se encargó de buscarle un matrimonio acorde con su estado social y dirigirle hacia el bautismo. Los platónicos le ayudaron a resolver el problema del materialismo y el del mal. San Ambrosio le ofreció la clave para interpretar el Antiguo Testamento y encontrar en la escritura la fuente de la fe. Por último san Pablo le ayudó a solucionar el problema de la mediación y de la gracia. Ya sólo quedaba la crisis decisiva, estando en el jardín con su amigo Alipio, reflexionando sobre el ejemplo de Antonio, oyó la voz de un niño de una casa vecina que decía: toma y lee y entendiéndolo como una invitación divina, cogió la Biblia, la abrió por las cartas de Pablo y leyó el pasaje Rom 13, 13ss: “Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias”. Al llegar al final de esta frase se desvanecieron todas las sombras de duda.
En 386 se consagra al estudio formal y metódico de las ideas del cristianismo. Renuncia a su cátedra y unos compañeros a Casiciaco, cerca de Milán para dedicarse por completo al estudio y a la meditación. El 23 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, es bautizado en Milán por el santo obispo Ambrosio. Ya bautizado, regresa a África, pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, el puerto cerca de Roma.
Cierto día un cristiano africano llamado Ponticiano, vino a visitar a Agustín y a su amigo Alipius. Aprovechó la ocasión para hablar de
Cuando llegó a Tagaste vendió todos sus bienes y el producto de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal. Años después esta experiencia será la inspiración para su famosa Regla.
El 391 viajó a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir con sus hermanos, pero durante una celebración litúrgica fue elegido por la comunidad para que fuese ordenado sacerdote, a causa de las necesidades del obispo de Hipona, Valerio. Aceptó esta brusca elección con lágrimas en los ojos, pues al principio se negaba con gritos y lágrimas a aceptarla.
En el año 395, Agustín fue consagrado obispo y coadjutor de Valerius y, poco después de la muerte de éste, le sucedió. Durante su obispado fundó una comunidad de mujeres religiosas de la cual fue abadesa su hermana Perpetua. Durante sus 35 años como obispo de Hipona, Agustín defendió constantemente la fe contra las herejías o el paganismo. En el año 404 discutió públicamente con un famoso jefe maniqueo llamado Félix. El debate terminó de modo dramático cuando Félix confesó la fe católica y pronunció el anatema sobre Manes y sus blasfemias.
San Agustín comienza la búsqueda de la verdad de una manera casi desesperada. Ya a los diecinueve años se pasó al racionalismo y rechazó la fe en nombre de la razón. Sin embargo, poco a poco va descubriendo que la razón y la fe no se oponen, sino que su relación es de colaboración. La fe es un modo de pensar asistiendo, si no existiese el pensamiento, no existiría la fe. Por eso la inteligencia es la recompensa de la fe. La fe y la razón son dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados.
Leyó y conoció de memoria muchas obras de filósofos, entré ellas estaban las de Cicerón, Varrón, Séneca, Plotino y Porfirio. Sintió preferencia por los neoplatónicos que ejercieron una gran influencia en él, pero a los que corrigió. Esta predilección se basó en considerarles los filósofos clásicos más cercanos al cristianismo y por haber dado vida a una enseñanza común de la verdadera filosofía. Los principios que componen y en los que se inspira la filosofía de San Agustín son la interioridad, participación e inmutabilidad.
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